En la oscuridad.
By: Tommy Hiragizawa
Los personajes no son míos. Ya quisiera yo ser la escritora más rica de Reino Unido.
Parejas: Hermione/Sirius y Harry/Draco, pero en un futuro.
Advertencias: Violencia, Indicios de Violación y Lemon.
N/a: Este Fanfic ha sido publicado con anterioridad en FF.net y en Potterfics, pero quería que tuviera su propio blog. Espero que les guste a todos aquellos que no lo hayan leído antes.
Anticipadamente agradezco su apoyo.
Mi primer fic de Harry Potter
Disfruten de la lectura.
Atte: Tommy
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Capítulo uno: Perdida. Desesperación en las tinieblas.
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Estaba aterrada. Sola y temerosa. Jamás había tenido tanto miedo en su vida.
¿Qué demonios había pasado?, se preguntaba aún sin poder creer lo que sus propios ojos habían visto esa tarde. Las imágenes de esa masacre aún se repetían una y otra vez en su cabeza, atormentándola. Sabía que era una mala idea que Harry comenzara a estudiar artes oscuras. Sabía que no debían de confiar en Malfoy. ¿Cuándo había hecho algún bien ese hurón asqueroso? Nunca. Y aún así Dumbledore había confiado en él, lo había acogido en la orden, pensando que los pecados del padre no debían de pagarlos los hijos. "Si quieres vencer al señor oscuro debes aprender lo que él maneja, controlarlo" había dicho y en ese justo momento sonó lógico en sus oídos. Y aún así, sus instintos nunca dejaron de sospechar.
¿Cómo no había visto los cambios? No. Mentiría al decir que no los había notado, tal vez había sido la única en hacerlo. Lo que pasaba es que no había querido aceptarlo, y por ello ahora todos estaban muertos o heridos, capturados por los mortífagos.
Claro que había notado que los ojos de Harry ya no brillaban como antaño, y si lo hacían era porque veía a alguien morir, sufrir tortura o perder totalmente su dignidad, la esperanza. Claro que había notado como justificaba indirectamente las causas de Voldemort, según él, por su pasado. Claro que había notado como cada vez que ella se acercaba él evitaba el contacto, rehuía de su presencia.
Pero era el único amigo que le quedaba. No era fácil aceptar que se hubiera convertido en un traidor. No cuando él era el único que quedaba del grupo del ED. Uno a uno, habían muerto en diferentes emboscadas de los seguidores de Voldemort. Y ahora sabía por qué. Harry y Malfoy habían estado filtrando información al círculo interno de ese maldito megalómano, entregándole en bandeja de plata las cabezas de sus seres queridos. De las personas que confiaban ciegamente en ellos.
¡Por Dios! Si hasta Ron había caído en una de ellas. Y Harry ni siquiera había derramado una sola lágrima.
La orden dijo que estaba demasiado aturdido para hacerlo.
Estaba segura de que nunca, por mucho tiempo que pasara - si es que lograba sobrevivir esa noche - lograría olvidar las imágenes de la traición del que ella creía era su mejor amigo. Su figura disparando Avadas hacia los pocos miembros de la resistencia, riendo estruendosamente mientras veía caer sus cuerpos inanimados estaba gravada a fuego dentro de su mente. Y Malfoy a su lado, como un demonio de caricatura, gritando que siguiera, que matara a todos cuantos había. Y ella no sabía quién era peor, si el que disparaba y disfrutaba, o el que instaba y se vanagloriaba con su triunfo.
No sabía a ciencia cierta cómo es que había logrado escapar de sus garras y no sabía a donde ir para que no la encontraran. La antigua cede de la orden estaba siendo vigilada por mortífagos, Hogwarts se había convertido en un nido de serpientes venenosas y el ministerio eran meras marionetas en las garras del que-no-debe-ser-nombrado. No había un solo lugar al que pudiera acudir sin ser delatada, sin arriesgarse a perecer.
Tomó entre sus manos el giratiempos que tenía colgado al cuello. Se lo había regalado McGonagall una semana antes de que un atentado en el ministerio se la llevara junto a muchos otros magos. Cómo deseaba poder utilizarlo para regresar atrás e impedir que todo eso pasara.
Y una pequeña esperanza se abrió en su cabeza. ¡Cómo no lo había pensado! No se podía retroceder mucho con un giratiempos, pero por lo menos podría ir hasta antes del atentado de esa tarde, advertir a la orden de la traición de Harry e impedir que todos acabaran muertos. Dudaba que las Moiras, esas malditas diosas del destino, se quedaran tranquilas tras su intervención, pero aceptaría el castigo divino con tal de prevenir toda esa destrucción. De no hacerlo, Voldemort no tendría a nadie que le impidiera controlar el mundo mágico.
Solo tenía que girar las manecillas…
Un ruido provino del primer piso del edificio derruido donde se escondía. A su costado las cajas con el logotipo de Sortilegios Weasley vibraron junto al piso. Las paredes temblaron y las ventanas se quebraron como si fueran delicadas capas de hielo.
El miedo la embargó, impidiéndole pensar con claridad. Se aferró al giratiempos como si fiera una tabla salvavidas. Era su única esperanza de un futuro mejor, la única luz que veía al final de un largo túnel lleno de penumbras.
Cerró los ojos, intentando escuchar más claramente los sonidos que llegaban hasta ella. Lo primero que logró distinguir eran pasos. Muchos. Tal vez serían de unas diez o doce personas. No lo sabía. No lograba aclarar su mente lo suficiente para asegurar nada. Se unieron sonidos más claros. Objetos cayendo, quebrándose. Maldiciones proferidas a voz de grito.
- ¡Sal de donde estés Sangre Sucia! -
¡Oh, Merlín, no! Quiso gritar pero sólo atinó a llevarse las manos a la boca para detener un jadeo que hubiera delatado su posición. Era la voz de Harry. Los ojos se le llenaron de lágrimas, sintiendo más que nunca la traición de su amigo. Debía de haber sido suficiente con verlo matar a sus compañeros de la orden para que su mundo se quebrara, pero no había sido así. A pesar de los embistes se había mantenido firme, y había encontrado una manera de solucionar las cosas. Ahora, escuchándolo llamarla de la misma manera en que la hubiera llamado un mortífago, la realidad la golpeó con una fuerza aturdidora.
¡Joder! Que patética era, aferrándose a la ilusión de que todo fuera sólo una cruel pesadilla.
Comenzaron a subir las escaleras y Hermione supo que, o actuaba en ese momento o moriría en ese mismo momento.
Las manos le temblaron cuando volvió a tomar el giratiempos. Hacía tanto que no utilizaba uno… Una punzada le atravesó el corazón, arrancándole el aire de los pulmones. La última vez que había utilizado uno había sido para salvar a Sirius de Azkaban, cuando Harry aún era Su Harry. Cuando aún creían que el futuro podía ser bueno, que podrían derrotar entre los tres - Harry, Ron y ella - al Lord.
Se apretó con fuerza contra la pared, deseando que la madera la tragara. Hubiera dado cualquier cosa con tal de desvanecerse en el aire o de caer fulminada presa del dolor de la traición que la atravesaba tan dolorosa y ardientemente. Lo único que logró en su intento fue que la áspera superficie astillada le irritara las manos y la espalda.
Era fácil decir que darías todo por algo cuando verdaderamente no se tenía nada, tal como era su caso. Su hogar desde que había iniciado la guerra, se recordó, había sido reclamado por los mortífagos, así que no tenía un lugar en el que refugiarse. Su familia estaba en algún lugar de Australia, presas de su hechizo, ignorando completamente que un día habían tenido que ver con el mundo mágico, siendo que tampoco recordaban que alguna vez habían tenido una hija que los involucrara en él. Sus amigos estaban todos muertos, junto con todas las personas a las que alguna vez había admirado. No tenía posesiones materiales más allá de la ropa que tenía puesta, su varita y los dos colgantes que tenía en el cuello.
No le quedaba nada. Nada salvo la esperanza de vivir otra noche.
Las ventanas se abrieron bajo el embate de un fuerte golpe de viento. Los cristales ya de por sí resquebrajados terminaron de romperse y los pedazos fueron a caer contra las cajas de cartón que en otro tiempo habían usado sus gemelos amigos para guardar aquellas travesuras por las que tanto los había reñido.
Como daba vueltas la vida y la fortuna. Ahora, a causa de esas vueltas, daría su vida - lo único que verdaderamente poseía - a cambio de verlos reír una vez más mientras hacían caso omiso de sus regaños.
¿Es que todas esas muertes iban a ser en vano?
El viento hizo hondear su túnica contra sus piernas y un escalofrío le recorrió la médula tanto por el frío como por el miedo.
Podía oírlos rebuscar en las otras habitaciones del piso, cada vez más cerca de encontrarla. La buscaban. Después de todo era la última superviviente de la Orden del fénix. O más bien, el último miembro que aún estaba del lado de la luz.
¿Qué dirían los libros de Historia sobre ellos? Nada bueno, se dijo. Los vencedores de las guerras siempre imponían su versión de los hechos a la realidad, y como bien sabía, ya sin esperanza de libertad, Voldemort había ganado desde el momento en que la única persona que podía derrotarlo se había pasado a su lado.
- Hola, Sangre Sucia - murmuró la voz inconfundible de Draco Malfoy a su lado.
Se volvió tan rápidamente para verlo que una de las astillas de la pared le araño la mejilla y la cálida sensación de la sangre correr sobre su piel pálida por el espanto no tardó en aparecer.
Un grito se le atoró en la garganta.
Draco - maldito fuera el bastardo - la miraba sin parpadear, siguiendo con ojos llenos de morbosa curiosidad el recorrido de su sangre. La sonrisa macabra que le cruzaba el rostro, como un cruel navajazo de sus labios, era más bien propia de los enloquecidos. Ciertamente, no dudaba que en verdad hubiera perdido el juicio. Nadie en sus cabales podía hacer lo que tanto él como Harry - Su Harry, añadió con amargura en su mente - estaban haciendo.
- Nunca dejará de fascinarme el hecho de que tu sangre sucia sea tan roja como la mía - admitió con voz enronquecida al tiempo que recogía un poco de su sangre con el dedo índice y lo frotaba contra el corazón.
No supo de donde sacó fuerza suficiente para alzar la varita y arrojar a Malfoy contra la pared contraria con un movimiento rápido.
Tal acto, a pesar de la satisfacción momentánea que le provocó, demostró que en ese momento podía cometer cualquier ilógica estupidez. El ruido más que estruendoso causado por el impacto y la caída de Malfoy al suelo atrajo a los otros mortífagos presentes en el edificio hacia donde estaban.
En menos tiempo del que ella empleó en lamentarse nueve varitas, incluida la de Harry apuntaban hacia ella.
Y el infierno se desató.
Los siguientes segundos fueron un confuso ir y venir de maldiciones que iluminaron la oscura estancia. Logró defenderse de la mayoría de ellas, pero las que lograron alcanzarla hicieron que su velocidad de reacción, ya mermada por el terror, disminuyera aún más.
A medida que transcurrieron, Hermione pudo darse cuenta de cosas que la llevaron a una certeza que aclaró por un momento su mente y la hizo retroceder unos pasos asustada.
No le habían lanzado en ningún momento la maldición asesina, hecho que era verdaderamente extraño. La única explicación plausible que encontró era que la desearan viva, y por la sonrisa macabra que tanto Malfoy como Harry portaban al ver el miedo traslucir en su rostro, Hermione supo que era así.
¡Maldición! Ojalá no hubiera deseado nunca vivir otra noche más. Viviría esa noche, claro que lo haría, pero sólo para ser torturada hasta la locura.
Tal verdad impidió que se protegiera contra una nueva avalancha de maldiciones. El impacto de una no sólo abrió una brecha profunda en su carne, sino que le desgarró el corazón y le envió directo hacia la ventana que el viento había abierto minutos antes. Aunque a ella le parecía que había pasado una eternidad desde entonces.
Aterrorizada, vio como aumentaba la distancia entre ella y la ventana mientras se precipitaba en caída libre hacia la calle. La fuerza de gravedad, siempre tan impresionante, actuó sobre ella aunada con la aceleración que le aplicó el hechizo para que el choque contra el suelo fuera especialmente doloroso. Casi pudo escuchar el chasquido de varias de sus costillas al romperse. Tal vez en varios pedazos.
Por favor, rogó, que una me atraviese los pulmones.
Las lágrimas le nublaron la visión del cielo gris y encapotado. No era que se perdiera de mucho. Los edificios desvencijados no eran una panorámica alentadora precisamente. Los oídos le pitaban y la cabeza le martilleaba dolorosamente.
Natural, después de haber caído de una altura de seis metros. Lo que era extraño era que hubiera sobrevivido a la caída.
Diez siluetas con sus respectivos rostros entraron en su campo de visión. Todos eran tan jóvenes, pensó al verlos. A la mayoría los reconocía como de su misma generación. Y pensar que estuvieron juntos hasta el momento en que apareció el sombrero seleccionador en sus vidas. Podía incluso recordar los nombres de algunos. Pansy, Blaize y Draco eran los únicos Slytheryns, por raro que pareciese. Había una mayoría Revenclaw, dos Hufflepuff y… Se atragantó al pensarlo.
Un Gryffindor.
Los párpados le comenzaron a pesar segundo más tarde mientras las carcajadas de los presentes le zumbaban en los oídos y reverberaban en su cabeza como un eco.
- Buenas noches, Sangre Sucia -
La oscuridad la engulló con un último pensamiento.
Jamás olvidaría el rostro sonriente de Harry al decirle aquello.
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Hermione gimió cuando despertó y un lacerante dolor de cabeza le embotó los sentidos.
Su primer impulso fue comprobar que el relicario y el giratiempos siguieran en contacto con su cuerpo, debajo de sus ropas. La sensación fresca del metal la tranquilizó por un momento y la hizo concentrarse mejor. Apretando los dientes, soltó un siseo adolorido e intentó moverse, solo para darse cuenta, un segundo después que el esfuerzo sería en vano. Estaba acostada en una superficie de madera tan astillada que las afiladas puntas se le clavaban en la carne de la espalda y sus extremidades permanecían sujetas con cadenas de pesados grilletes oxidados que se enrollaban en torno a un sistema de poleas.
¡Merín, no! Pensó reteniendo un grito al comprender lo que era aquello.
Un potro.
Se maldijo mentalmente por todas las veces que leyó la historia de la Santa Inquisición. Hubiera preferido la ignorancia.
- Mira Harry, nuestra querida amiga Granger al fin nos honra con su presencia conciente -
Aquella voz…
Jamás había tenido la desgracia de escucharla tan de cerca pero había sido el objeto de muchas de sus peores pesadillas. Con gran esfuerzo logró alzar la cabeza lo suficiente para ver las dos figuras que se erigían junto a una de las paredes con la presencia de dos torres rascacielos. La hiriente imagen de Harry le atravesó el corazón por enésima vez, así que desvió la mirada de él tan rápido como pudo. Fue de mal en peor. Se topó con la presencia devastadora de Lord Voldemort.
De anchos hombros, porte señorial y belleza devastadora, el cuerpo del señor oscuro bien podía haber sido el de un rey digno de su corona. Su rostro distaba mucho de ser aquella máscara de serpiente con la que había resurgido y que recordaba con total claridad aún con el paso de los años. Su presencia llenaba por completo la estancia lúgubre y oscura en la que se encontraban, haciéndola comprender un poco el motivo por el que tantas personas se rendían a sus encantos. Esa presencia debería de ser la misma que un día ostentó Adolfo Hitler.
Ni siquiera era una persona entrada en años, como su edad debería de indicar. Era un hombre que aparentaba los cuarenta años y que gozaba de la energía y la vitalidad de uno veinte años menor, pero la sabiduría de los magos más ancianos.
Algo, en su humilde opinión, verdaderamente aterrador.
- Ya era hora - se limitó a decir Harry, mostrando una total indiferencia hacia ella. La mirada que le dirigió seguidamente estaba cargada de una mórbida curiosidad - ¿no crees que se merece un castigo por hacernos esperar, Tom? -
Hermione pudo apreciar como el pétreo rostro del señor de las tinieblas se fruncía por una fracción de segundo antes de recomponerse y estuvo plenamente segura de que de haber sido otro de sus subordinados quien se tomara tales libertades para con él, en ese momento estaría en el suelo gritando de dolor mientras era cruciado.
El hecho de que tal cosa no hubiera sucedido le dijo a Hemione más de lo que hubiera deseado saber. Como lo cercano que era su anterior amigo al líder de los Mortífagos.
- Claro que no, Querido Harry, claro que no. Es más, le daremos el mejor trato que tenemos -
Un destello morboso atravesó la mirada del señor oscuro y Harry rió por lo bajo. Era evidente que no hablaban de una suite en un hotel y una visita a un spa.
Si bien ella había sido criada por sus padres dentro del Catolicismo no podía decirse que fuera una persona practicante, ni siquiera creyente. El hecho de que hubiera presentado poderes mágicos a la más tierna edad le hicieron poner en tela de juicio todos los escritos sagrados. Estos afirmaban que la brujería conllevaba una estrecha relación con los demonios, y que ella supiera, ni sus padres ni ella tenían tratos con Satán. Aún así, mientras veía como Voldemort se acercaba a una mesa repleta de instrumentos de tortura, Hermione se reencontró con su fe perdida.
Ahogando un sollozo, comenzó a rezar.
"Padre nuestro que estás en el cielo…" recitó mentalmente.
El Lord examinó muy entretenido una maza de hierro de unos veinte centímetros de diámetro. Calibró su peso contra la palma de su mano izquierda antes de volverse hacia ella una vez más, con una sonrisa que hizo que un escalofrío la recorriera por entero. Dicha sonrisa no presagiaba nada bueno.
- ¿Sabe, Señorita Granger? - Comenzó a hablar, utilizando esa voz siseante tan cadenciosa - siempre he sentido curiosidad por saber qué sentían los inquisidores cuando torturaban a una bruja - la sonrisa macabra se acentuó aún más, mostrando unos perfectos y blanquecinos dientes afilados - He investigado sobre ello, y estoy deseoso de poner en práctica mis nuevos conocimientos -
"Santificado sea tu nombre…"
La varita que su captor tenía en la mano libre hizo un rápido movimiento que puso a girar el torno que sostenía las cadenas que la ataban. Los eslabones tintinearon al tensarse. Sus músculos se tensaron también y en apenas unos instantes, los tendones comenzaron a desgarrarse, al tiempo que las articulaciones se le desencajaban.
Hermione quiso aullar de dolor pero su subconsciente se negaba a darle esa victoria a Voldemort. Apretó aún más los dientes, al punto de dolerle las encías, para soportar la agonía a la que estaba sometido su cuerpo.
La carcajada que salió de la boca de Harry hizo lo propio con su alma.
- La sangre sucia se hace la valiente - rió.
- Qué Gryffindor - agregó a las palabras del más joven.
"Venga a nosotros tu reino…"
- Pero me gusta - siguió cuando las poleas se detuvieron - Es fuerte. Detesto a esos jóvenes intolerantes al dolor. Es aburrido torturarlos -
Hermione no dijo nada, no tenía sentido hablar.
Sentimientos desgarradores y devastadoramente nítidos la hacían sufrir más allá del plano físico. Se sentía tan sola… tan traicionada. Tan estúpida e indefensa.
La temperatura de la habitación, ya gélida en un principio, pareció decaer otros tantos grados centígrados a medida que los segundos pasaban en un tenso silencio. La tortura emocional, el no saber cuándo llegaría el próximo movimiento, era devastadora.
- ¿Sabía, Señorita Granger, que los romanos les rompían las rodillas a sus cautivos para que no pudieran ceder a la tentación de querer escapar? -
La maza cayó sobre su rodilla derecha con toda la fuerza que el cuerpo robusto de Tom Riddle pudo imprimirle. El crujido de la articulación destrozándose al instante le llenó los oídos mientras una oleada de dolor inimaginable la inundaba.
Se mordió el labio con tal fuerza para no gritar que se enterró los dientes en la piel y la sangre se le deslizó en la boca llenándole la lengua de su regusto metálico.
Acto seguido, hizo añicos la otra.
"Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…"
- Dime ahora, Sangre Sucia… - espetó con un siseo - ¿Dónde está tu salvador? -
"A tu lado" dijo su voz interna pero no le dio el gusto de escucharlo de sus labios. El ceño del hombre se frunció hasta que sus cejas formaron una sola línea en un inclinado ángulo antes de volver a sonreír lleno de malicia.
Merlín, ese hombre tenía el corazón más oscuro que hubiera existido. Si es que tenía corazón. Lucifer a su lado era un mero principiante.
Hizo un movimiento de cabeza hacia Harry y este se acercó a la mesa de los "Juguetes". Hermione esperó, con la vista fija en su amplia espalda a que eligiera el siguiente método de tortura.
Voldemort rió y elogió al chico cuando este tomó entre sus dedos un marcador de ganado que tenía dos "S" entrelazadas. "Sangre Sucia", dedujo fácilmente el significado. El más viejo de sus torturadores negó con la cabeza cuando Harry le pasó el mango del alargado instrumento.
- Mi querido muchacho - le dijo, empleando el apelativo cariñoso que Dumbledore hubiera utilizado para llamarlo - Hazme el honor -
La alegría que asomó en las facciones del Gryffindor le dijo a Hermione que no era la primera vez que el chico asistía a una de esas sesiones de tortura, y que estaba tan entusiasmado como su señor por conseguir hacerla gritar de dolor.
- Será todo un placer - y, como una guinda en el pastel, se relamió los labios.
El hierro estuvo al rojo vivo con un nuevo movimiento de varita.
"El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy…"
Incluso a una persona tan inteligente e ilustrada como ella le pareció increíble que un ser humano pudiera resistir a tales grados de dolor sin perder el conocimiento.
Era como si la estuvieran desmoronando.
Lenta, muy lentamente.
El hierro se aferró a la piel de su muslo, atravesando la barrera de la ropa.
- Ahora eres como el ganado - se rió Harry sobre su oído.
Con un esfuerzo sobrehumano se tragó las lágrimas. No así el peso que amenazaba con aplastarle el pecho en cualquier momento de manera inminente.
Un ruido le hizo reparar en una puerta de pesados goznes que no había visto hasta el momento. Dicho ruido también sirvió para que ambos hombres - Maestro y pupilo - desviaran su atención de su cuerpo por un minuto. De su nuevo juguete macabro. Un hombre mayor vestido con la acostumbrada indumentaria de los mortífagos apareció por la misma puerta cuando esta fue abierta por obra del Lord. El hombre, no muy alto ni musculoso, bajó la mirada al estar en la presencia de su amo y señor y no desvió la vista de su lustroso y, a simple vista, carísimo par de zapatos.
- Mi señor - se dirigió este al Lord. ¡Circe! Ese tono lisonjero que utilizaban los subalternos de ese desgraciado le daba nauseas - Acaba de llegar el señor Snape -
Otro latigazo de dolor le atravesó al escuchar el nombre de su antiguo maestro de pociones. A pesar de todo lo que se ponía en su contra, ella siempre había tenido la esperanza de que actuara bajo mandato de Dumbledore, tal como este afirmaba. Saber que la única persona en la que hubiera confiado en ese momento de pesar estaba también del lado enemigo casi mata todo atisbo de esperanza.
Pero, fiel a su naturaleza leona, la hizo prevalecer.
Evidentemente había cosas que no cambiarían nunca. Como el desagrado que parecía sentir Potter por el pasionista. Nada más escuchar su nombre en los labios del mortífago el rictus del de ojos esmeralda se descompuso y sus labios formaron una mueca de asco de la que Elvis hubiera estado celoso.
Algo dentro de ella se removió, satisfecho. Podía que Harry se hubiera entregado a las fuerzas de la oscuridad, pero por lo menos, no estaba completamente a gusto con sus compañeros de juerga.
"Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores…"
Hubo un momento en el que casi se atrevió a vislumbrar un atisbo de esperanza. La clave de ello radicaba terriblemente en el "casi" y en el hecho de que solo hubiera sido un "momento". Su castillo de cristal se vino abajo con las palabras del señor tenebroso.
- Llama a tus amigos, Harry - su voz resonó en un eco desde el marco de la puerta - Diviértete con la Sangre Sucia antes de que regrese -
Mientras ambos hombres se comunicaban entre si en silencio, seguramente con legeremancia, Hermione se dejó invadir por la locura. Miles de ideas diferentes le pasaron por la cabeza en un segundo que se eternizó. Ideas en las que cada tortura era peor que la anterior.
Era humillante. Deshumanizante.
Una mueca diabólica - la chica no pudo encontrar un adjetivo mejor para describirla - le cruzó el rostro a su ex mejor amigo antes de que este se volviera hacia ella y le recorriera con una mirada cargada de maldad y otras emociones - todas ellas verdaderamente apabullantes y estremecedoras - que no logró definir.
Sin hacer ruido al deslizarse por el suelo, la puerta giró sobre el eje de sus goznes para cerrarse con un pesado movimiento, dejándolos solos a Hermione y a Harry. Si bien el movimiento no había hecho el menor estruendo, Hermione sintió como si se desatara una tormenta eléctrica sobre sus cabezas.
Con movimientos armoniosos y predadores Harry se acercó a ella sin despegar la mirada de su cuerpo. Como único impulso atinó a cerrar los ojos en espera de un nuevo ramalazo de dolor. Hubiera preferido mil veces la peor de las torturas a manos de Voldemort. Por un momento deseó la suerte de los Longbottom. Pero en lugar de sentir la agonía de las uñas rotas o un mayor estiramiento del potro sobre sus miembros, sintió el brusco tirón que mandó a volar los botones de su túnica hacia algún rincón apartado. Los pesados pedazos de tela manchada de sangre cayeron a sus costados por obra y gracia de la fuerza de gravedad.
"No permitas que caiga en tentación y líbranos del mal…"
- ¿Ha..Harry? - balbuceó al ver que se detenía.
El simple hecho de llamarlo le produjo un dolor agudo en la garganta, seguramente llagada por la resequedad y los gritos contenidos.
El aludido le volteó la cara con un revés.
- No gastes mi nombre con tu inmunda boca - gruñó.
Los ojos completamente exentos de arrepentimiento, afecto o vergüenza por sus actos eran una herida mucho peor que cualquiera que le hubieran inflingido hasta el momento. La agonía que sintió dejó a la altura del betún a sus miembros desencajados y la carne quemada de su muslo. Hermione estuvo segura en ese momento de que, de haber visto cualquiera de esas emociones en sus ojos profundamente verdes, aunque fuera un mínimo segundo, lo hubiera perdonado. Aunque después la siguiera torturando y la matara. Con solo un gesto de arrepentimiento lo hubiera perdonado de todo corazón.
Pero en su lugar lo único que vio fue algo que la hizo temblar de pies a cabeza.
- Aunque seas ganado, seguro que puedes dar placer a un hombre - su sonrisa se acentuó cuando escuchó los pasos que se acercaban - o a varios -
Una única y solitaria lágrima bajó por su mejilla empapada de sudor. Los ojos le escocían, pidiéndole a gritos que liberara de una vez el torrente que pugnaba por salir desde hacía rato. No lo permitió, aunque le costó sus últimas fuerzas. De haber podido, hubiera apartado esa lágrima traicionera de un manotazo, en un intento de mantener intacta su dignidad.
Aparentemente, ni eso podría conservar antes de morir. No fuera a querer Merlín que siguiera creyendo que era un ser humano.
Después de todo, era ganado. Y el ganado era fácil de sacrificar.
La puerta se abrió para dar paso a un total de cinco hombres, entre ellos Malfoy. Todos, incluidos los que no reconocía de nada, parecían morbosamente satisfechos.
Con un tirón, Harry la despojó de sus pantalones.
- Recuerden chicos, no la toquen en ningún otro lugar -
Clavó los ojos en el techo de piedra y esperó mientras escuchaba el sonido de las ropas deslizándose por la piel y caer al suelo. Era inimaginable el sentimiento de pérdida que la embargó al saber que iba a ser violada. Y además, iba a ser desvirgada de la peor de las maneras. El dolor la aturdió por unos segundos. ¿Por qué no se había entregado a Ronald cuando aún estaba vivo? ¡Ah, sí! Fue porque en ese entonces no tenía claros sus sentimientos por él. Y Ron le había dado tiempo. Aunque no llegó a decirle que lo amaba, porque lo perdió dos días después de ello.
Ahora tenía que decir adiós a su sueño de que su primera vez fuera por amor.
- Bu - Malfoy la encaró, colocando sobre ella su cuerpo teniendo cuidado de que solo su pelvis entrara en contacto con su cuerpo inmovilizado - Será un placer para mí - rió al notar lo acertado del comentario - hacerte pagar todas y cada una de las que me has hecho hasta ahora, Virgen Sangre Sucia -
"Amen" finalizó.
Su oración terminó justo en el momento en que Malfoy se enterraba en su carne con una sola y firme estocada.
Continuará.
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